Saturday, April 10, 2010

Doce Millones, un Sueño


Historia de un inmigrante sin voz ni identidad en un día de protesta

Los pájaros con su alegre cantar daban la bienvenida a un nuevo día, pero aquel inmigrante cuya identidad es desconocida no parecía disfrutar la belleza del amanecer. Su pálido rostro revelaba desesperanza, sus ojos húmedos hablaban de tristeza, su silencio no aculataba el dolor, y sus pies arrastraban un sueño moribundo. El sueño de una reforma migratoria se pedía ese día, por tal razón aquel hombre decidió romper el silencio y salir de la sombra para unirse a los suyos, y pedir: respeto a los inmigrantes, derecho al trabajo, y una oportunidad para alcanzar sus sueños.

Aquel hombre durante nueve años escucho promesas que nunca se cumplieron, y sus ilusiones: de libertad, de triunfo, de un mejor mañana, y de una mejor vida nunca se hicieron realidad. En nueve años dicho inmigrante también había escondido su identidad. A veces lo ocultaba en su silencio, a veces lo hacía entre sus palabras, a veces lo escondía entre sus libros.

En su largo viaje a Washington D.C., el silencio se apodero de su persona, su cara colapso entre sus manos, y lagrimas cristalinas tristemente descendían por sus mejillas. Pero aquellas lágrimas eran la expresión de un sueño sin cumplir, de una esperanza que se resistía a morir, de una ilusión que a pesar del tiempo cada vez parecía más lejana. Aquellas lágrimas que caían entre sus pies y que sus manos no intentaban detenerlas no eran lágrimas de miedo. Porque miedo de ser detenido y deportado nunca tuvo. Porque el hombre que lucha por sus derechos sabe que a veces el destino requiere la muerte de unos para que los demás puedan vivir en libertad, en justicia y armonía.

Cuando llego a su destino se unió a miles de los suyos. Su incesante voz llamaba a los doce millones que aun se escondían entre las sombras y permanecían en silencio. Su voz resonaba entre los que le acompañaban pero nunca fue escuchada entre aquellos que tienen el poder de darle una oportunidad. Su voz se apago con el tiempo, pero a pesar de eso, su presencia silenciosa expresaba su descontento por el status quo.

Cuando levanto sus ojos para ver a los que gritaban; libertad! Libertad! también vio que una bandera grande pasaba de norte a sur cubriendo el rostro de los suyos. Esa bandera por la cual está dispuesto a dar su vida aun no le protegía. Pero el tiempo cambiara la historia. Un día el viento acariciara esa bandera en la puerta de su casa. Un día esa bandera traerá luz a las tinieblas en donde vive ahora. Un día sin olvidar de donde viene las dos banderas serán el símbolo de su libertad, persistencia y esperanza.

Mientras eso sucede, aquel valiente inmigrante sin voz ni identidad continuara mirando fijamente al horizonte. Su sueño no ha muerto todavía. Su vida aun puede cambiar. El futuro aun le pertenece.
Fausto Sicha



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